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  • Foto del escritorgraciarjona

Dejar ir.

Dejar ir, pero no solo lo malo. A veces lo bueno también se tiene que marchar. Y nos resistimos.


Dejar ir el rencor cuando, aunque hayan pasado años y casi fuera de contexto, recibes ese “ gracias” que quedó esperando tanto tiempo.


Dejar ir a la niña que eras y que ya nunca más serás, esa que te ha acompañado durante tanto tiempo y a la que ya posiblemente solo veas alguna vez al pisar un charco o al explotarte en la cara una pompa de chicle, de fresa por supuesto.


Dejar ir la culpa, la tuya y la que te dañó, porque siempre hay dos extremos en una cuerda y no siempre tira el más fuerte hacia su lado, si el extremo está dejado sobre el suelo no hay fuerza capaz de hacer cambiar.


Dejar ir al paraíso de las cosas buenas con una oración de gratitud tantas bendiciones y tantos regalos que la vida te ha dado y que tienen su misión completada en tu aprendizaje. Despedirte de un aula en el instituto, decir adiós a esa calle de tu infancia a la que llevas en la retina, en el olfato y en el tacto.


Dejar ir la amargura y la frustración, por favor, déjalas irse de tu lado que ya no te hagan más sombra, tu luz brillante debe acompañar a los tuyos, no los prives.


Deja ir a las almas de los que te han querido tanto, llevarlos de la mano a lo alto de la cima, allí donde se tocan las nubes y que vuelen al infinito.


Dejar ir lo bueno que ya te ha sanado y dejar ir lo malo que te daña.








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