Quién me conoce un poquito sabe que no siempre hago las cosas como la mayorÃa. Os decÃa que iba a hacer el camino de Santiago, pero al contrario que miles de peregrinos yo entré con lágrimas en la primera etapa.
Hay sitios que te sobrecogen y la Real Colegiata de Santa MarÃa de Roncesvalles lo hace conmigo. No sé que energÃa telúrica sale de sus piedras, pero de que sale estoy segura.
Y no es por el sentimiento religioso, que también, ni por el arquitectónico. Ni siquiera por su amplitud. Un sentimiento intenso y cálido de paz me llena cuando entro.
Sin embargo esta vez la tenÃa tan idealizada que al entrar la encontré distinta a como era en mi imaginación. Me sorprendió...era más pequeña de lo que recordaba. Aunque no por eso me defraudó. Al contrario, fue cómo llegar al sitio donde de pequeño te sentÃas seguro. Ese sitio o esa persona que en tu niñez era gigante para ti y que cuando tú alcanzas tu madurez deja de tener esa magnitud fÃsica pero no la espiritual. Como llegar al regazo de una abuela querida.
Allà sentada recordé la primera vez, en Abril de 2005 y como ya desde ese momento supe que un dÃa me sentarÃa a recibir la bendición antes de salir para Santiago. He tardado muchÃsimo en poder estar aquÃ, pero el tiempo en los momentos importantes se diluye y toma su intangibilidad real. ParecÃan no haber pasado ni dos segundos. Ese mismo tiempo que se hace eterno en la cola del supermercado y que se te escapa entre los dedos cuando te estás despidiendo de un ser querido.
Pero verdaderamente han pasado casi catorce años, cinco mil cincuenta dÃas. Enfrentarme a un momento que has estado esperando tanto tiempo puso lágrimas en mis ojos y mientras lloraba entendà que el momento adecuado es siempre el que estás viviendo ese dÃa, ese instante. Y que estaba allà sentada delante de mi futuro al igual que durante siglos lo han hecho millones de personas, sin tener mucha idea de a dónde me iba a llevar el camino. Está claro que me llevará mucho más lejos que a Santiago.