Ayer encontré obstáculos y hoy al salir lo primero que veo es un puente. La solución para cuando tienes que llegar a un sitio salvando una dificultad. Puentes y escaleras que, como algunas personas que están a tu lado, te ayudan a cruzar o subir.
Puedes encontrar una pasarela leyendo un libro de autoayuda, de vivencias, de grandes filósofos. Ahora mis puentes los encuentro en infinidad de ocasiones en los evangelios. Una escalera puede ser una película en la que la historia contada, por semejanza o por ser totalmente distinta a ti, te muestre por dónde seguir ascendiendo.
Pero voy a escribir aquí algo para a ver si así puedo fijarlo en mi cabeza y cambiar mi actitud. Esos puentes, esas escaleras y esos muros que están aquí puestos por el hombre están para ayudar. Quién está a tu lado tendría que saber que tienes que cruzar al otro lado de una idea, al otro lado de un problema, al otro lado de un sentimiento. No pueden prestarte una escalera si no la pides.
Hay arquitectos de sentimientos, personas que saben construir y que por ti lo harán gustosos. Simplemente con contarles lo que te preocupa te sonríen y te lanzan en un trampolín a la solución.
Esa sonrisa de comprensión, ese “ haberlo dicho antes” oído cuando tu carga ya está a punto de llevarte al fondo hace que de pronto sea un peso liviano y puedas cruzar al otro lado.
Pero no siempre cuento, es más, casi siempre callo. Siempre pienso que no tengo que cargar a los demás con mi peso y que me tengo que encargar de todo. Me gusta ayudar, me siento bien ayudando pero me niego a dejarme sujetar el equipaje. Y la experiencia me ha demostrado ya muchas veces que cuando te esperan al otro lado todo resulta más sencillo. De esa forma hay dos personas felices. De la otra ninguna. El balance es para planteárselo.
Y a eso he venido, a cruzar puentes…ojalá en los siguientes escollos sea capaz de pedir un poco de mortero y piedras para hacer una pasarela que me haga cruzar más rápido.