Toca regreso y llueve. Veo desde el tren los campos mojados. Habrá peregrinos que hoy tengan que caminar bajo la lluvia. También a nosotros nos pasó, he podido sentir como aún llevando impermeable el agua me calaba. A falta de 13 kilómetros de dónde pasábamos la noche comenzó a llover. El agua que es vida me quitó un poco la energía que casi no tenía. Llevar a un niño de 12 años y que esté totalmente cerrado te hace ver el camino eterno, quieres llegar a buen puerto, seco y resguardado pero las fuerzas te flaquean. Al llegar al albergue, el mejor de todos los días, el agua caliente y el saber que ya ese día había terminado aplacó un poco mis nervios. Esos kilómetros bajo el agua y el trayecto en el que me encontré indispuesta junto con el último tramo hasta Santo Domingo han sido los más duros. En los tres momentos he tenido mi bastón y mi soporte en ellos, en Francisco y en Álvaro. Con mi marido la tranquilidad de llevar la espalda cubierta y con el niño por ser el motivo y motor para no parar. He pensado muchas veces como debe ser vivir el camino sola. Está claro que lo vives de forma distinta, la tentación de la renuncia es en ocasiones muy fuerte. Pero al igual que en la vida real por los tuyos tiras. Ir sola posiblemente te haga parar en más de una ocasión a mitad de tramo, buscando descanso, al igual que cuando tu camino es la jornada laboral o la limpieza de primavera, da igual el reto, teniendo junto a ti a quien mirar para continuar se te renueva el valor, se te multiplican las ganas y se te calma la ansiedad. Me queda un relato intenso. Seis días de travesía por esos cerros, por algún bosque y por asfalto. Seis días que relatar y como durante el propio día mi cansancio era tan extremo que no me permitía ni escribir ahora haré retrospectiva con la visión completa de esta segunda vez en el camino de Santiago. Tan cerca en el tiempo y tan diferente en sensaciónes.