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  • Foto del escritorgraciarjona

Una calle, un destino.


En estas, tantas, horas que pasamos viendo vídeos la otra noche cayó por causalidad uno del Camino de Santiago. El caminante comentó al final cuando ya estaba en la plaza del Obradoiro que según decían algunos el Camino real comenzaba en ese momento, cuando regresas. Trasladando ese pensamiento en mi caso hoy he salido a pasear después de 50 días. Llevaba la misma ropa que en octubre, era temprano por la mañana y en este caso también llevaba una pesada mochila. Era como si estuviese pasando por un barrio de las afueras de cualquier ciudad grande que hemos pasado, afueras de Pamplona o afueras de Logroño.

E iba pensando.

Sintiendo el peso de la mochila.

Quizás es cierto que para hacer el Camino de Santiago lo único que necesitas es un camino de baldosas, de pedregal o de tierra amarilla. Tus piernas y tu espalda para llevarte y llevar lo que cargas.

Han dado para mucho los cincuenta días de travesía. Pero incluso con tantas horas cuando miro atrás no veo avance. Está claro que moverse del punto de partida es más que comenzar a andar. Partimos a mediados de marzo, entonces pensé que tenía un proyecto que cumplir, un destino al que cada día tendría que acercarme un poco más. Ha pasado un tercio de año desde la noche de los deseos, desde la noche de los planes de año nuevo. Creo que olvidé pedirlos, mi estado de salud era mala aquellos días, la operación me había dejado ese dolor sordo con el que estuve varias semanas. En aquellos días estaba dónde no quería estar. Esa sensación de estar nadando contra corriente, disimulando para que los de la orilla no vieran que no podías llegar a puerto. A ese puerto al que no quería llegar.

El dividir el día en horas, las semanas en días, los meses en semanas hace que estés contando todo el rato. Y he perdido mucho tiempo. Tenía un saldo que ahora está en negativo, he perdido el invierno de este año y he perdido el mes de abril.

Esas horas que faltan me pesan. Pesan como hierro en la mochila. Los errores cometidos ya no están, pero también pesan.

Me recuerdo subiendo por las pendientes de la etapa hasta Viana, sabiendo que es una jornada difícil y encima me encuentro mal ese día. Tengo miedo a sentirme mal justo ese día por esos cerros tan inaccesibles. La angustia es más fuerte incluso que el dolor. Pero esa jornada se acabó, con las subidas de sus cuestas superadas, incluso llegando al pueblo y encontrándonos el albergue cerrado encontramos dónde dormir. Y dormí tranquila y al día siguiente pude salir y continuar para caminar bajo la lluvia pero también salió el sol.

Aquí en mi "nueva realidad" también ha llovido muchos días. Y luego ha salido el sol. Días de andar metida en la cocina sin una mirada siquiera al futuro. Haciendo mindfulness sin pretenderlo, atención plena a la comida y sin darme cuenta ha llegado la hora de la cena. ¿dónde está mi jueves? ¿mi martes? ¿dónde están las tres? Bueno las tres están gastadas en la siesta.

Y vuelvo a coger un sudoku y a sentarme en el sofá pensando que ha pasado otro día y no he hecho nada productivo, no he decidido dónde quiero ir, no he marcado pautas, no he trazado recorrido, no, no, no. ¿Cuánto pesa un no? ¿Pesa lo mismo que un sí? ¿Es lo mismo decir "ahí no quiero ir", "ahí no quiero volver" que decir "quiero ir allí"? Meter un mapa y un cartabón en la mochila ¿te hace mejor caminante? Hay una frase de Alicia en el país de las maravillas que dice: "si no sabes dónde vas, cualquier camino te llevará allí". (Lewis Carroll) y me pregunto si el sentido de la frase es bueno o malo. Se dónde no quiero ir, sé en qué aguas me voy a hundir si tengo que navegar en ellas por lo que mi mapa tendrá que tener coordenadas tachadas, pero ¿tiene que llevarlas también marcadas?

Es curioso lo que me pasa: recibo un estímulo, cambio de dirección, comienzo a andar y cuando vuelvo la vista atrás ya no recuerdo por dónde he venido. Así día a día. Planeo una ruta, da vueltas por mi cabeza durante unos minutos y al instante ya no recuerdo dónde iba.

Soy una Alicia, desmemoriada, desubicada, desempleada. Soy una Alicia confinada y confiada que lo cree todo menos sus fuerzas para seguir adelante.

Tendré que continuar trazando rayas de colores en el mapa, iré siguiendo las flechas amarillas, aunque no las vea por momentos, tendré que confiar en que el destino está allá detrás de esa montaña que me tapa la vista.

Continuará...

Continuará...


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